Edición juvenil

Colonización mediática

Juan Manuel García Ramos.

Durante cuatro años, cada día, cada hora y cada minuto, las televisiones y radios españolas nos han hecho creer en Canarias, a más de mil kilómetros de distancia del territorio continuo estatal, que la política es un asunto de dos señores que se llaman don José Luis Rodríguez Zapatero y don Mariano Rajoy Brey; ni siquiera de los dos partidos que lideran ambos hasta este momento.

Esa colonización mediática ha generado, a su vez, una colonización política innegable que ha marcado a sangre y fuego en la mente de los electores canarios del pasado día nueve de marzo la creencia de que debían decidirse por la opción Zapatero o la opción Rajoy, en un chato ejercicio de simplificación maniquea de la realidad: la izquierda y la derecha, el bien y el mal, el blanco y el negro…

 

Se impone el ventrilocuismo cerebral para el electorado de Canarias: hablan y piensan por nosotros a dos mil kilómetros de distancia y nos quedamos tan satisfechos.

 

miro el paisaje electoral del pasado domingo y veo cómo el PSOE y el PP se reparten los ocho diputados de la provincia de Las Palmas y humillan a las dos organizaciones nacionalistas que optaban en esa misma circunscripción a escaño en el Congreso de los Diputados madrileño, siento una infinita decepción, a pesar de que esas dos fuerzas nacionalistas no hayan hecho sino debilitarse entre ellas a base de incomprensiones y desencuentros que ahora no toca revisar aquí.

 

En la provincia de Santa Cruz de Tenerife, aquel paisaje fue algo más plural y dejó hueco a Coalición Canaria-Partido Nacionalista Canario es sus aspiraciones a la Carrera de San Jerónimo.

 

Hago esta lectura con toda la objetividad de la que soy capaz y sólo fijándome en los resultados y en la naturaleza de los partidos políticos que se presentaban a esos comicios y también lamento las lecturas de algunos militantes socialistas de las Islas, que han lanzado todas las invectivas imaginables contra ese nacionalismo canario superviviente, solicitando su rápida desaparición y exterminio.

 

Ésas eran las voces generalizadas del zapaterismo insular la noche del recuento electoral y del conocimiento de los primeros resultados de las urnas. Una satisfacción colectiva que nos llamó la atención porque provenía de una organización política de implantación estatal que no tiene inconveniente en gobernar en Cataluña y en Galicia con nacionalismos ni más ni menos legítimos que el de CC-PNC y que ha sido muy generosa en la tramitación de los últimos estatutos catalán y andaluz y en el reconocimiento extenso de competencias transferidas desde el Estado a esas comunidades.

 

Los primeros enemigos que tiene el nacionalismo canario no están en Madrid, están en el Archipiélago, aunque algunos vayan y vengan a Madrid a recibir consignas con gran frecuencia y vanidad no disimuladas.

 

En 1996 contesté en la prensa escrita de Canarias un artículo publicado por Juan Fernando López Aguilar en el número correspondiente al mes de septiembre de aquel año de la revista Claves de Razón Práctica, editada en Madrid.

 

En ese artículo, López Aguilar defendía el reconocimiento de los nacionalismos históricos de Cataluña, Galicia y Euskadi y denunciaba la pretensión de otros nacionalismos, como el que representaba en ese momento Coalición Canaria -que estaba entonces a tres años de su nacimiento-, de colarse por la puerta falsa de la nueva realidad política y legislativa de la España post-franquista.

 

Es decir, el antinacionalismo canario de nuestro paisano viene de viejo y se ha exacerbado después de haberse quedado en la oposición tras las elecciones autonómicas de 2007.

 

Uno habla con militantes socialistas y se sorprende de cómo una de sus mayores ambiciones es hacer desaparecer todo rastro de nacionalismo en estos cuarteados suelos atlánticos. A unos por insularistas, a otros por mercantilistas y corruptos, a otros por testimoniales, a otros por separatistas.

 

Valen todos los argumentos siempre que sirvan para afianzar el desprecio por todas esas alternativas. El mismo fanatismo que se emplea para referirse a la «derecha española» en los duelos dialécticos entre PSOE y PP, se aprovecha para satanizar cualquier brote nacionalista en Canarias.

 

Desde luego si estamos esperando que la Constitución española nos otorgue la condición de nacionalidad histórica vamos aviados. Ya en 1936 nos quedamos a las puertas de plebiscitar nuestro Estatuto de Autonomía y esa circunstancia parece definitiva para algunos constitucionalistas burocráticos a la hora de invalidar cualquier aspiración nacionalista tras aquella fecha talismánica.

 

En consecuencia, si Canarias no fue reconocida como nacionalidad histórica en la Constitución española de 1978, no puede promover nacionalismos solventes.

 

De nada vale que este territorio se encuentre a 1.050 kilómetros del sur de la Península Ibérica y a 100 kilómetros del noroeste de África, entre el desierto más extenso del mundo y el segundo océano del planeta, con su naturaleza particular, su geografía y su historia, los orígenes bereberes de sus antiguos habitantes y las aportaciones europeas y americanas posteriores, con peculiaridades económicas y fiscales desde hace siglos y una cultura diferenciada por lo que Viera y Clavijo llamaba una forma particular de «pensar y de subsistir». De nada vale que existan «elementos físicos y psicológicos» de una personalidad cultural propia, como nos hubiera recordado ahora el poeta y crítico insular Ramón Feria.

 

En Canarias tienen que prevalecer las formas de pensar y de hacer política españolas. No hay sitio para iniciativas nacionalistas y si a éstas se les ocurre emerger por voluntad ciudadana, hay que machacarlas hasta su extinción, y para esos objetivos se pueden emplear todas las armas del aparato del Estado, y, sobre todas ellas, las televisiones y radios que meten en el cerebro de los ciudadanos y votantes canarios los ejes del debate político único y real: sólo existen los progresistas y los conservadores y se llaman Partido Socialista Obrero Español y Partido Popular.

 

Secundino Delgado fue un autodidacta desgraciado que se atrevió a pensar en una Canarias libre, y personalidades como Manuel Ossuna van den Heede alguien que también se atrevió a afirmar en 1904 que antes de la llegada de los conquistadores europeos existía en estas islas un pueblo que fue fijando sus «caracteres originales y permanentes en la psicología como en la organización de esas tribus aquí emigradas, constituyéndose, al través de los siglos, por la raza, por la lengua, por las creencias y prácticas religiosas, por las artes, por las costumbres y por las leyes, un ciclo de individuos, en cuyo conjunto se marcaron las líneas generales y los rasgos característicos de una nación».

 

Casi seiscientos años después, la colonización de las espadas se convierte en la colonización de los platós televisivos y los estudios radiofónicos madrileños.

 

 

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